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martes, enero 14

Atrapado en Nueva York



por BetoVarela 

<< para los que no se enteraron de lo que Su primo, hijo, sobrino paso en sus últimas vacaciones<<
Aquí les dejo el relato.


Bip...bip...bip, sonó el despertador, típico día de final de vacaciones, un baño, bajar a desayunar al restaurante del hotel y lo más importante, checar en cada rincón del cuarto que no olvides nada. 

Así salimos a las frías calles de Nueva York, tomamos un económico camión con destino al aeropuerto de Newark en Nueva Jersey. Hasta ahí todo bien.

Pero pocas cosas te hacen retorcer la tripa como cuando escuchas a tu papá decir, -¿y tu pasaporte?, a lo que contestas, -¿Qué no lo tienes tú?, y la respuesta e su gran y terrible,     -No. 

Justamente la misma cara que están teniendo al leer esto es la que se reflejaba en mi rostro, ¡había olvidado el pasaporte!. Y dónde más podía estar, en la caja fuerte del hotel (único lugar que se escapó de ser revisado antes de partir, supongo en un acto de humildad de mi parte, sí claro).

Pues se podrán imaginar lo que sigue, llamadas, desesperación, frustración, sensación de que se acaba el mundo y todo apenas el segundo día del año. Había una solución fácil y costosa, llamar al hotel, que me enviarán el pasaporte en taxi (parte fácil) por $90 dólares (parte costosa) y viajar de vuelta a mi querido México con mi familia; esto de no ser por que faltaban minutos para que el vuelo despegara, y para acabarla, el aeropuerto era un caos post "holidays" digno de película melancólica de Hollywood. 

Entre vuelos retrasados, viajeros molestos y uno que otro despistado me forme en la fila para agendar un vuelo a Houston, y de ahí otro a mi natal Querétaro. Desde ésta  fila de unas 30 personas vi partir a Papá y mis hermanos (otro momento digno de llevarme al estrellato en la siguiente película de Woody Allen, o el director dramático de su preferencia). 

Armado con dos mochilas, unos dólares y  pesos mexicanos, me disponía a enfrentar cerca de tres horas de espera (señal más clara de lo que se venía, simplemente no existe).

Conté los cuadros de plafón que conformaban el techo de la sala de espera, 219, de los cuales 7 tenían manchas de humedad, 3 estaban mal acomodados y... Bueno ya se imaginaron a la perfección mi aburrimiento. Y ahí en medio de la fila, bajo esos 219 cuadros de plafón, conocí a una señora (de la cual no recuerdo el nombre, pero sí su nacionalidad, venezolana, por lo cual para fines de esta historia la nombraremos señora V), a la cual le habían cancelado su vuelo, como en mi caso, su familia pudo volar a casa, mientras que ella, agobiada y perdida en un país del cual desconocía el idioma, intentaba la proeza de regresar su natal Venezuela. 

Al llegar al mostrador la señora V se dio a entender con la agente de la aerolínea, y mientras a mi me buscaban vuelo, esta última intentaba explicarle a la señora V que el vuelo que la llevaría a Panamá y posteriormente a su país, sería el 9 de enero, ¡dentro de una semana!, la pobre señora V casi desmaya cuando le traduje esa parte. Pero mientras a la pobre señora V la suerte le daba la espalda, a mi (de momento) me sonreía, conseguí vuelo a Houston temprano a la mañana siguiente, 8 am para ser exactos. Agradecido partí con dirección a un centro comercial, donde me encontraría con un amigo que me daría hospedaje por esa noche, cosa que le agradezco muchísimo. Antes de salir del aeropuerto me encontré a la señora V, poco podía hacer por ella, me acerque y le desee suerte. En verdad espero que haya podido viajar antes del 9 de enero, pero será algo que nunca sabré. 

Mirando el paisaje, muchas cosas pasaban por mi cabeza, pero vamos, un día más en Nueva York a nadie le cae mal (cosa que me arrepentiría de decir unas horas después). Llegue al fin al centro comercial, busqué a Javier (mi amigo), los encontré (a él y su novia) y los acompañé en sus compras. Cosa de nada, de no ser por que traes dos mochilas, despierto desde muy temprano, y tu amigo es indeciso nivel:
-No sé si comprarme el suerte en color verde fosforescente o verde chingame la pupila, que son, al menos en mi opinión, ¡exactamente iguales! 

Después de las compras pasamos a comer, mientras comíamos empezó a nevar. Yo era la encarnación de un niño el 6 de enero, pues nunca había visto en vivo y a todo color, bueno en toda su blancura, la nieve. Semejante nevada trajo la tormenta "monster" (la culpable de ésta "pato aventura").  

Yo andaba tome y tome fotografías, discretamente abría la boca para probar la nieve (digo a mis 21, ¿qué van a pensar de mi?), poco me faltaba para tirarme al suelo y hacer los famosos "angelitos". La magia se fue cuando estábamos por llegar al departamento y la tormenta dejo ver su magnitud, vientos fuertes, varios centímetros de nieve en los que me hundía y para lo que por supuesto no estaba preparado. Ya se imaginarán mis tenis, a parte eran los únicos que traía.




El aeropuerto se encontraba bastante retirado del departamento, así que a las 4 de la mañana me encontraba en una estación del metro, con un frío de esa que cala hasta los huesos. Imagínenme con chamarras una gorra, orejeras, guantes, dos mochilas, una barba de semanas y tres horas de sueño. Era tal mi elegancia que un señor se acercó a mi, -el desayuno para indigentes es a las 6 am afuera de la siguiente estación; ¡PLOP!

Por fin llegó la línea del metro y al subirme al vagón me encuentro con una señora hasta las chanclas de borracha (hasta eso buena copa), que repetía una y otra vez las mismas frases. Tardé una eternidad en llegar a la Gran Central, vieja amenizado por la señora antes mencionada, donde tomaría un autobús que me llevaría directo al aeropuerto. Y me dieron las diez y las once, las doce y la una y nada, el camión no daba señales de vida. Supongo que por mi cara de preocupación y las dos mochilas, un señor se acerca y me dice -si estás esperando el camión al aeropuerto, no he visto uno en todo el día, y con este clima, a veces no salen. Puse la misma cara que cuando olvidé el pasaporte. Corrí a tomar un tren que me llevara a la calle 33 y de ahí otro que me llevara a Nueva Jersey, para tomar un tercero al aeropuerto, y después el último que me llevaría a mi terminal; si no me creían que esto podría ser película, aquí hay otra muestra de ello, al ser fácilmente la continuación de la película misión imposible. 

Tanta era mi aceleración por llegar a la primera calle que corría sin parar, con los tenis menos indicados para la nieve, combinación fatal que sólo puede resultar en el desastre, o en una caída desde la tercera cuerda. Para fines de dramatización (y de echarle leña al fuego de mi humillación social que estás siendo testigo)  he de contarles que unos días antes me había caído de la bicicleta, lastimándose una rodilla. Bueno pues justo con esa rodilla aterricé en la banqueta. 

Ahora mojado, cubierto de nieve y de "cojito veloz" corría por los pasillos del metro. Llegue a mi primer tren, venía retrasado. Llegue a mi segundo tren, venía más retrasado y bueno ya se imaginan el tercero, retrasadísimo, y del cuarto y último ni les platico, no estaba en funcionamiento. Así mi misión imposible resultó ser precisamente eso. A todos los que pensaron "¿por qué no tomaste un taxi?", déjenme les digo que bajo una nevada a las 5 am todos y digo todos los taxis neoyorquinos están ocupados o brillan por su ausencia.

Al llegar al aeropuerto mi vuelo aún no salía, pero por lo tarde que había llegado ya no podía abordar. Así qué otra vez a la tremenda fila, pero esta estaba corregida y aumentada, haciendo parecer a la primera como una pequeñez. Afortunadamente fue en una sala diferente, desafortunadamente no había plafones que contar. Cinco horas de mi vida las pase entre una pareja que buscaba irse de luna de miel y un señor que se debatía entre rentar un automóvil y conducir hasta casa o esperar un vuelo. 

Así las cinco horas más productivas de mi vida pasaron y llegué al cotizado mostrador, el agente de viajes me pidió mi boleto y al verlo exclamó, -Uy chavo, pa' Querétaro, sí está difícil. (Bueno tal vez no con esas palabras pero la esencia es la misma). Después de unos minutos me dijo: -Te tengo una noticia buena y otra mala, la buena te vas mañana a Houston a las 8 am (súper noticia considerando a la señora V o a todos los que se tardarían días en poder salir), la mala es que vas a estar en Houston 7 horas esperando tu vuelo a Querétaro. 

Así salí en busca de un hotel cerca del aeropuerto, no me iba a pasar lo mismo de los trenes y autobuses del aquel día, además había hoteles que proveían un servicio de transporte al aeropuerto cada treinta minutos las veinticuatro horas. Ahora sólo había que tomar un tren que me llevara a la terminal P4 y buscar la camioneta que me llevaría al hotel. 
Pero ese tren estaba peor que el metro del DF, en hora pico, en viernes, y de quincena. Filas para subirse al mentado trenesito. Otra hora de espera. Me caía de sueño, y en la que mis hombros nos soportaban un minuto más tener una mochila sobre de ellos. 

Al final llegue al hotel, y ver la cama después de estar despierto desde las 4 am y con semejante día, era la gloria pura. Me di el baño más relajante que he tenido, después programar el despertador (4 am para variar) y dormir. 

Temprano al otro día hice el check-out, llegue al aeropuerto y abordé un avión, que para  hacerme sufrir un poquito más, se demoró un par de horas. Pero por fin salía de Nueva York.
Esperé en la zona internacional de Houston unas horas (muchas) más y abordé el vuelo a casa, en el cual estoy escribiendo esta historia, que me deja muchas reflexiones (como el checar la caja de seguridad del hotel, o como alguien me aconsejó, guardar el pasaporte en la maleta dentro de un calcetín). 
Pero después de todo lo vivido, parecía irreal estar cerca de casa, esa sensación desapareció cuando conteste a la pregunta de la azafata -¿Va a México de visita?, -No, voy a casa. 

Luego les platico si me toco luz verde o roja (para echarle limón a la herida) en la aleatoria aduana mexicana. 


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